LA VENTANA CERRADA (recuerdos de mi infancia en Santa Eulalia)

Nací y me crié en Santa Eulalia.  Sus calles de origen medieval y sus recoletas plazas fueron escenario de mis años de niñez y adolescencia. De mis primeras ilusiones y los primeros amores de adolescencia. Hoy las calles de mi querido barrio, en estos primeros días de febrero, lucen vestidas de fiesta para la ocasión y el motivo. Se acerca "La Candelaria y san Blas".  Esa fiesta también llamada romería, como recuerdo de la masiva afluencia de gentes venidas desde todos los barrios de la ciudad y de las cercanas pedanías de la huerta donde la devoción a la Candelaria y San Blas tenían y tienen un especial predicamento. Calles como San Antonio, Mariano Vergara, Rambla, Cánovas del Castillo, Luisa Aledo, las Balsas, la calle Alta, Marengo, Trinidad, Sardoy o mi entrañable Victorio donde nací y sin olvidarme de la recoleta y romántica plaza de esta parroquia de santa Eulalia presidida por el barroco templo que en su interior cobija estas imágenes a las que Murcia rinde devoción. 
Pero si hay algo que no ha cambiado ni permita Dios que cambie, es la fiesta. El barrio con más ruido que en cualquier otro momento del año se acicala y se arregla cuando febrero hace su entrada por la puerta grande del calendario y la primera página de este ya es historia. Los mismos puestos de cascaruja. Los sanblases y angelicos de barro cocido y pintado de purpurina, que siguen siendo la pieza codiciada y coleccionable de cada año, con sus borlas de hilo de fina seda roja, verde, amarilla, azul o blanca. Con el extremo cuidado cuando lo cuelgas sobre el cuerpo, que siempre te deja la mancha amarillenta de la purpurina que nunca acaba de secarse.




 Los rollicos del Santo, vendidos a la puerta de esta iglesia y que, las mujeres extraordinarias de la comisión de fiestas, preparan no sin desbordante ilusión y alegría durante muchas tardes en el viejo y artesano obrador de la tradicional panadería de  Félix. Querido Félix, otro "eulalio" con mayúsculas, que hace ya muchos años dejó su artesanal panadería para elaborar, personalmente, el pan a los ángeles del cielo. 




Luego están las atracciones verbeneras, ruidosas en la noche fría (si es que este año el frío hace acto de presencia) de los inicios del mes mas loco del almanaque. Las sirenas, los pitos, la música estridente de la canción de moda y como siempre la sonrisa de unos niños que incansables no ven la manera de bajarse de la maquina del tren, el cochecico multicolor, el lomo del elefante o el sillón de un helicóptero que nunca despega del suelo de madera sobre el que da vueltas. Los puestos de cascaruja, donde antaño era costumbre que el novio enamorado regalara a la moza el llamado “pañuelo” que contenía en su interior, torraos, avellanas, cacahuetes y castañas pilongas cada vez mas duras y mas difíciles de partir.

 El palmito, hoy casi desaparecido, pero que antes no se encontraba en otro lugar que no fueran los puestos ambulantes de esta feria del barrio y que nos lo vendían sobre un rudo papel de estraza que no dejaba pasar el aguilla que desprendía esa riquísima corteza del interior de la palmera.

Las pelotas de aserrín, "serrín" para nosotros, cubiertas de blanca envoltura que tiras desde una goma, con la que más de uno intentaba hacer diana sobre los traseros de las jóvenes de buen ver que se paseaban por la fiesta. Recuerdo en mi niñez haber presenciado mas de un altercado entre novios porque a ella una pelota le había hecho blanco directo donde la espalda pierde su buen nombre. También es indispensable en la mercadería de los puestos de la plaza, el dulce y empalagoso caramelo, PIRULI, le llamábamos entonces que es chillonamente rojo y que envuelto, de la mitad para abajo, luce un blanco y delicado papel que casi siempre acaba con unos flecos. 



Luego, como acto central y quiza el mas esperado, las puertas del templo se abrirán y la procesión se echara a la calle donde la aguardan miles de fieles llegados desde cualquier rincón de la ciudad o la huerta.

Allá sobre su trono vendrá  San Jose con el niño al brazo y un cestico donde una pareja de palomas van atadas mientras dura el cortejo. Palomas que recuerdan la ofrenda al Templo a la hora de ir a presentar al vástago varón. No le falta al santo carpintero de Nazaret la blanca varica de nardo que es el símbolo de aquel florecimiento que tuvo su callado por el que fue elegido esposo de Maria.

 Y San Blas, imagen salcillesca vestida con sus ornamentos episcopales y la actitud de bendecir permanentemente, con su mano derecha alzada, a todos cuantos contemplan el sagrado cortejo. 
Dando escolta a la divina señora, llegan cientos de fieles con amarillos ramilletes de mimosas y finas candelas encendidas. Una virgen guapa y morena se abre paso a duras penas llevando entre sus manos el divino fruto bendito de su vientre.........
Y voltean campanas, estallan cohetes, se confunden los aplausos con los sones del pasodoble o la marcha que la banda le interpreta y allá, en una ventana, en un balcón, en una esquina de cualquier calle del recorrido, el abuelo coge al nieto entre sus brazos y le señala con su índice, arrugado por el paso de los años, la cara gozosa de una Virgen que es faro, guía y refugio de los afligidos hijos de este barrio Eulalio. Y el abuelo, enseñando al nieto los misterios de la imagen, vibrara en emociones contenidas recordando aquella juventud perdida para siempre en cualesquiera de las esquinas que forman este laberinto de arterias centenarias.


Este año las ventanas, de un piso de la calle de Victorio permanecerán cerradas. Ya lo están para siempre. Unas ventanas que, en otros tiempos, se adornaban con las colgaduras de la bandera de España para recibir la procesión. Unas ventanas donde, de niño, me subían en una silla para verla pasar.  Luego, de adolescente, invitaba a mis amigos a contemplar el cortejo y, después, merendar con el chocolate y las monas que nos preparaba mi madre. 
Unas ventanas desde las que, en los últimos años, veíamos pasar el cortejo mi madre y yo. Me cogía de las manos y me recordaba anécdotas de otros tiempos y personajes del barrio de cuando yo era niño. El año que incluso nevó en Murcia por la Candelaria, otro con un fuerte vendaval que impidió la salida del cortejo, aquel en el que unos vecinos, más alegres de la cuenta porque habían visitado antes el Garrampón o el Jesuso, se pusieron a cantar y bailar delante de la Virgen.....
 Era, esa tarde, la nuestra. 
Madre e hijo en esas ventanas, que no se volverán a abrir nunca más para los dos juntos, viendo la procesión...... 
Este año no se donde veré la procesión y sí, incluso, tendré fuerzas para ir a verla. Para reencontrarme con mis raíces. Para evocar mi infancia y juventud perdidas.....
 Este año, mamá, me has dejado muy solo preciosa. 


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