NO SE NOTO SU AUSENCIA (Leyenda Regional-1)

Las leyendas son un género literario, de transmisión oral en la mayoría de los casos, que con el paso del tiempo diversos autores han plasmado en libros, colecciones o publicaciones. Son quizá las historias más populares pues, otras muchas leyendas, se han perdido u olvidado y hoy apenas se las recuerda o se conocen.  

La Región de Murcia es muy rica en este tipo de tradiciones que por regla general han pasado de padres a hijos y que tenían en las antiguas reuniones familiares el foro idóneo para contarlas y transmitirlas. Los modernos medios de comunicación, los adelantos tecnológicos y la pérdida de costumbres y tradiciones han convertido aquellas reuniones, donde los más mayores contaban estas historias, en algo del pasado que es imposible ya de recuperar.

Hoy es el día de las "Benditas Ánimas del Purgatorio" o fiesta de los "Fieles difuntos" una jornada muy familiar donde, en derredor de una mesa, los más mayores contaban a los demás aquellas leyendas que en la mayoría de los casos tenían relación con la fiesta que se celebraba. 

Tengo la intención, desconocido lector, de ir escribiendo algunas de ellas que iré publicando en este blog para intentar que no caigan en el olvido para siempre. Si la leyenda que escriba ya la conocía usted le pido disculpas por reiterarme y si, por el contrario, no la conoce espero que no las olvide porque son parte esencial de nuestro pasado y de nuestras raíces. De nuestras costumbres y tradiciones que jamás debemos perder.


NO SE NOTO SU AUSENCIA (primera leyenda)

Hace muchos años, en un remoto paraje del campo murciano, vivía una familia compuesta por el padre, la madre y una hija. Los tres miembros de la familia tenían en las labores y cultivos de la tierra su medio de vida. Era la única forma que tenían de subsistencia y a ella estaban entregados en cuerpo y alma todos los días del año. Antonio, el padre, rudo campesino que no entendía otra cosa que no fuera el duro trabajo del día. Sin descanso incluso domingos y festivos. Carmen, la sumisa esposa, que tenía que soportar muchas veces los desplantes y gritos que el marido le dispensaba con excesiva reiteración y luego estaba Carmencica la joven hija del matrimonio a quien la naturaleza había dotado de extraordinaria belleza pero que no tenía más horizonte en su vida que ingresar en un convento de clausura para entregar toda su vida a la oración. 



Ni que decir tiene que, Antonio, no quería oír hablar a su hija del tema del convento y mucho menos de su vocación que, a todas luces, era el verdadero motor de aquella joven. Al contrario, el padre, intentaba casarla con un vecino mucho mayor que la joven al objeto de unir las tierras y sacar asi mayor rendimiento a sus posesiones. Aquel hombre, ciego por el trabajo y la codicia, no tenía otro deseo que no fuera casar a la hija con el vecino, viejo y viudo, al objeto de cumplir sus codiciosos objetivos. Mientras, Carmencica, sufría en silencio y rezaba todos los días a la Virgen del Carmen para que no se cumplieran los deseos del padre y poder ingresar en el convento para el resto de sus días. 



Pero como todo tiene un límite en esta vida la paciencia de la madre se agotó, enfermó y decidió entonces volver a casa de su hermana para recuperar las fuerzas y alejarse por un tiempo de los malos tratos que de continuo le infligía su marido. Aquella decisión, sentó muy mal a Antonio que la emprendió a golpes con ella con tan mala fortuna que la dejó gravemente herida. La hija tuvo que pedir ayuda, precisamente al vecino con el que pretendían casarla, y fue este el que aprovechando que el marido estaba trabajando la tierra la subió a su coche de caballos y la trasladó a casa de su hermana donde aquella mujer quería ir desde el primer momento. 


A partir de aquel momento la familia se rompió por completo y Antonio dijo a todo el mundo que el ya era viudo y que su mujer había muerto para siempre. Nunca la perdonó ni siquiera se interesó por ella. Toda su rabia y su dolor lo volcó en Carmencica, su hija, que tenía que aguantar dia si y dia también los enfados del padre, gritos, desplantes e insultos. Pero ella se sentía en la obligación de cuidar de aquel hombre, en ausencia de la madre, y a ello se entregó en cuerpo y alma. Mientras seguía rezando a cada momento a la Virgen del Carmen para que algún día pudiera entrar en el convento y vivir su vocación religiosa. 


Habían pasado ya dos años de la marcha de la madre cuando llegó la noticia de que se encontraba gravemente enferma y que su muerte estaba próxima. Eran los últimos días de octubre. Carmencica intentó por todos los medios que su padre la dejara ir para estar con su madre en los últimos momentos de su vida. Pero Antonio no consintió que se marchara por mucho que, su mujer, estaba próxima a morir. Carmencica se pasaba el día llorando y rezando por su madre pero no veía la forma ni la manera de poder acompañarla en sus últimas horas. Pero al final se envalentono y, de nuevo, pidió ayuda al vecino para que la llevara a casa de su tía para estar junto a la madre. Aquel hombre, que sentía un cariño especial hacia ella, aceptó la petición aún a riesgo de tener un serio disgusto con su padre y una madrugada,  mientras Antonio dormía ayudó a escapar a la joven. Cuando llegaron a la casa familiar apenas si tuvo tiempo de despedirse de su querida madre porque falleció a las pocas horas. Como si hubiera estado esperando despedirse de su hija antes de abandonar este mundo para siempre. 


La chica no veía la forma de volver con su padre porque temía que, cuando estuviera de nuevo allí, el enfado de Antonio sería terrible y no se libraría de sus palizas. Su tía intentaba que entrara en razón pero ella no quería ni hablar del tema de su vuelta. Al cabo de un mes, tras la muerte de su madre, Carmencica fue a misa un domingo y se encontró con su viejo vecino. Este, al verla, se quedó de piedra y no sabía ni que decirle. Entonces aquel hombre le preguntó quien la había llevado a misa y como se había desplazado desde su casa y además mostró su extrañeza de que su padre le hubiera dado permiso para volver al pueblo. La chica no entendía nada y menos cuando el vecino le juraba que la había visto la noche antes cuando iba a cenar con su padre y que ella misma les había preparado la cena. Carmencica no entendía nada. Así que decidió volver a su casa tras visitar la tumba de su madre y depositar sobre aquella losa de mármol unas flores que ella misma había cortado para llevarlas. 

Cuando volvieron a casa, el padre, estaba solo en aquel momento sentado en una silla junto al fuego calentándose en un día especialmente frío del mes de diciembre. Le habló como si nunca hubiera faltado ni un momento de la casa e incluso preguntó si había recogido la ropa que había lavado la tarde anterior pues el tiempo amenazaba lluvia y se le iba a mojar. En eso estaban padre e hija cuando de repente se abrió la puerta y vieron entrar a una hermosa joven, idéntica a Carmencica, que precisamente venía de recoger la ropa. Aquella joven de belleza celestial no era otra que la Virgen del Carmen que había estado en aquella casa. todo el tiempo para que la pobre chica pudiera despedirse de su madre y estar junto a ella los últimos días de su vida. La Virgen les explicó al padre y a la hija quien era en realidad y pidió al padre que dejara marchar a Carmencica a vivir su vida en el convento como era su deseo. El padre cayó de rodillas ante la Virgen, arrepentido, pidió perdón por sus pecados y le hizo la promesa de que dejaría marchar a su hija al convento como era su deseo. Y así ocurrió según me contaron.....




Alberto Castillo Baños

Un día de ánimas, 2 de noviembre, del año 2023

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