EN EL DIA MUNDIAL DEL ALZHEIMER


Es una tarde calurosa del mes de septiembre en Murcia. A la sombra marcan los termómetros treinta y dos grados. 
He quedado, pese al calor, en un céntrico parque de la ciudad para recoger una documentación que necesito. Me siento en uno de los bancos de este jardín murciano, resguardado bajo la sombra de uno de sus árboles centenarios, que por lo menos alivian los rigores de este atípico estío que estamos padeciendo. Según dicen los expertos el más caluroso de los últimos treinta y cinco años.
Cerca de mí, pese a lo temprano de la hora, una señora en silla de ruedas y su cuidadora. La anciana, por su aspecto y su comportamiento, me da la sensación que padece Alzheimer o algún otro tipo de demencia senil. Cabeza ladeada, vista perdida en el infinito, babeando por la comisura de sus labios y de vez en vez emitiendo sonidos guturales que son, a todas luces, ininteligibles. En la soledad del jardín solo se escucha el canto alocado de las cigarras, chicharras las llamamos en Murcia, y poco más. Apenas cruza gente camino de sus trabajos o quehaceres y buscando, como yo, el reguero de sombra que proyectan los árboles sobre el empedrado. 


De pronto ha sonado un teléfono móvil y la cuidadora de esta señora se lo ha sacado del bolsillo de su vestido y se ha puesto a hablar. Me he dado cuenta, también, que no era española aunque sus rasgos nada más mirarla la primera vez ya me dieron la pista de su procedencia. Ha entablado entre risas una conversación con la persona que le había llamado que, lógicamente, ni entendía ni me importaba. 
Ella seguía su charla y me he fijado que la señora empezaba a ponerse muy nerviosa. Ha comenzado a agitarse en la silla de ruedas, como si fuera un bebé en su carrito, y manotear al aire como queriendo coger algo que solo ella veía. Sus sonidos guturales han ido en aumento y se convertían en chillidos. Yo no podía intervenir lógicamente y la pobre enferma cada vez estaba mas y mas alterada. 
La cuidadora, por llamarla de alguna manera, no hacía ni caso hasta que en un momento determinado ha dicho algo por el móvil, lo ha dejado sobre el banco y se ha puesto a chillar como una posesa. Le gritaba a la pobre mujer y le amenazaba con sus brazos agitándose constantemente ante su cara.
-No me dejas hablar por teléfono
-Cállate de una vez
-Estoy harta de ti
-Eres insoportable



Por un momento, la enferma, se ha callado y la chica ha vuelto a la conversación telefónica entre gestos y risas olvidándose por completo de la pobre mujer que ha optado por bajar la cabeza, como un niño cogido en falta, y se ha puesto a mover nerviosamente sus manos.
No había pasado apenas tiempo cuando, de nuevo, se ha puesto a manosear, emitir sus sonidos guturales y a querer coger las manos de la cuidadora.
La reacción no se ha hecho esperar. La chica ha colgado el teléfono, lo ha metido de nuevo en su bolsillo y la ha emprendido a empellones con la pobre mujer diciéndole todo tipo de frases y palabras que, por respeto, no voy a reproducir.



Yo, la seguía mirando sin dar crédito a lo que estaba viendo pero de pronto, al verse observada la joven, se ha vuelto hacia mí sin recato alguno y estas son las palabras que hemos cruzado:

-¿Y tu que miras?
-Me parece que no sirves para cuidar enfermos
-¿A ti que coño te importa? Métete en tus asuntos
-Da gracias que a la hora que es no veo ninguna pareja de la policía municipal sino se lo ibas a explicar a ellos. Perdona, chica, pero no son formas.
-Vete a la mierda cabrón
-Oye un poco de respeto que yo no te he ofendido
-¿Porque te metes en mis asuntos?
-Porque me duele como la estas tratando. ¿No te das cuenta que es una enferma?
-Lo que tienes que hacer es dejarme en paz
Por supuesto que si. Pero no la trates así. Si no sirves para esto busca otro trabajo
Y tras escuchar mis últimas palabras se ha levantado, ha cogido de muy mala manera la silla de ruedas y se ha marchado del banco no sin antes al pasar por delante de mí, con toda la rabia que su cuerpo albergaba, decirme a voz en grito:
-¡Racista de mierda!



Allí me he quedado sentado, callado y sin reaccionar, esperando a la persona que me traía la documentación. No me ha ofendido que me llame "racista" y que lo hiciera ademas con odio y rabia contenida. Yo se que no lo soy y por tanto no ha podido ofenderme. Pero si me ha dado mucha tristeza. Mientras las he visto alejarse por los pasillos del jardín amparándose en las sombras que proyectaban los arboles centenarios en esta tarde septembrina de intenso calor. Ella empujando de mala manera la silla de ruedas y sentada en ella una señora con la cabeza ladeada, los mechones blancos cayendo a ambos lados de su cara, las manos cogidas sobre el regazo y la mente perdida Dios sabe en qué laberintos ocultos.
Solamente me ha venido a la cabeza, en ese momento, maldecir la enfermedad y sus fatales consecuencias. ¡Maldito seas una y mil veces Alzheimer! 






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